Kiss or kill. Besa o mata. Besa la gloria o muere en el
intento. Perder es morir, ganar es sentir. La lucha es lo que diferencia
una victoria, a un vencedor. ¿Cuántas veces has llorado de rabia y de
dolor? ¿Cuántas veces has perdido la memoria, la voz y el juicio por
agotamiento? ¿Y cuántas veces, en esta situación, te has dicho: «¡Otra
vez! ¡Un par de horas más! ¡Otro ascenso! El dolor no existe, solo está
en tu mente. Contrólalo, destrúyelo, elimínalo y sigue. Haz sufrir a
tus rivales. Mátalos»? Soy egoísta, ¿verdad?.
El deporte es egoísta, porque se debe ser egoísta para saber luchar y
sufrir, para amar la soledad y el infierno. Detenerse, toser, padecer
frío, no sentir las piernas, tener náuseas, vómitos, dolor de cabeza,
golpes, sangre… ¿Existe algo mejor? El secreto no está en las piernas,
sino en la fuerza de salir a correr cuando llueve, hace viento y nieva;
cuando los relámpagos prenden los árboles al pasar por su lado; cuando
las bolas de nieve o las piedras de hielo te golpean las piernas y el
cuerpo desnudo contra la tormenta y te hacen llorar y, para proseguir,
debes enjugarte las lágrimas para poder ver las piedras, los muros o el
cielo.
Renunciar a unas horas de fiesta, a unas décimas de nota, decir
«¡no!» a una chica, a las sábanas que se te pegan en la cara. Ponerle
huevos y salir bajo la lluvia hasta que te sangren las piernas debido a
los golpes que te has dado al caer al suelo por el barro, y levantarte
de nuevo para seguir subiendo… hasta que tus piernas griten a pleno
pulmón: «¡Basta!». Y te dejen colgado en medio de una tormenta en las
cumbres más lejanas, hasta la muerte.
Las mallas empapadas por la nieve
que arrastra el viento y que se te pega también en la cara y te hiela
el sudor. Cuerpo ligero, piernas ligeras. Sentir cómo la presión de tus
piernas, el peso de tu cuerpo, se concentra en los metatarsos de los
dedos de los pies y ejerce una presión capaz de romper rocas, destruir
planetas y desplazar continentes. Con ambas piernas suspendidas en el
aire, flotando como el vuelo de un águila y corriendo más veloces que un
guepardo. O bajando, con las piernas deslizándose por la nieve y el
barro, justo antes de impulsarte de nuevo para sentirte libre para
volar, para gritar de rabia, odio y amor en el corazón de la montaña,
allá donde solo los más intrépidos roedores y las aves, agazapados en
sus nidos bajo las rocas, pueden convertirse en tus confesores. Solo
ellos conocen mis secretos, mis temores. Porque perder es morir.
Y uno no puede morirse sin haberlo dado todo, sin romper a llorar por
el dolor y las heridas, uno no puede abandonar. Hay que luchar hasta la
muerte. Porque la gloria es lo más grande, y solo se debe aspirar a la
gloria o a perderse por el camino habiéndolo dado todo. No vale no
luchar, no vale no sufrir, no vale no morir… Ha llegado la hora de
sufrir, ha llegado la hora de luchar, ha llegado la hora de ganar.